Luis Tarditi se
situaba todos los días en una esquina concurrida e interceptaba a los
peatones para preguntarles si les gustaría conocer los secretos de la
existencia. Las personas apenas si le prestaban atención y seguían su recorrido. Una mañana un señor se detuvo
y contestó que sí. Tarditi sacó de su bolsillo una pistola y
disparó a la cabeza del transeúnte mientras pensaba satisfecho que por fin
había hallado un hombre con sus mismos intereses para que fuera a averiguar
personalmente qué ocurría después de la muerte.
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