Lunes 2 de
febrero
Desoí su
mandato y salí a buscarla.
En los
atardeceres, cuando se colocaba contra la ventana y veía
su silueta, no podía predecir que alguna vez, por su causa , debería
transformarme en marino y pilotar ataviado con el sombrero que me regaló.
Fue difícil
convencer a Luis de que me prestara su sobretodo para enfrentar el viento. Le
prometí que si pasaba por un arrecife de corales le traería el más
perfecto y, a regañadientes, aceptó.
Miércoles 4
de febrero
Hoy ha sido
un día tranquilo, dos aves y la aleta de algún pez.. ¿Por qué elegí viajar
en colchón? Cualquier otro vehículo me
hubiera alejado de ella. Cuando llegó a la bohardilla de la Calle de los Búhos,
estaban el boceto de Gardel y el colchón,
rió porque el sol grababa
circulitos sobre la tela gris, se quitó la boina, la bufanda y dijo que sería la alfombra mágica que nos conduciría
al paraíso. Es como un perro adiestrado, seguirá su olor a fruta fresca por todo el universo.
Mis amigos señalaron
otras razones, cuando me hicieron la despedida en el muelle con espumante
y maní, sugirieron que mi mundo no era esférico sino prismático.
Viernes 6
de febrero
No me
siento un naufrago, soy un Almirante, un Héroe, tengo el control de mi nave y
marco el derrotero. Algunos trasatlánticos que me cruzan pueden pensar lo
contrario pero no deberían dejarse influenciar
por las apariencias.
Hoy me
desvestí para que el aire húmedo me
impregnara. Alita solía juntar agua de lluvia en ollas y luego me la tiraba en la cabeza,
creía que las sales de la atmósfera entraban por los poros y nos volvían más
generosos.
Sábado 7 de
febrero
Me topé con
un grupo de ballenas que se apareaban y me sentí solo.
Recordé cuando era
león y desgarraba las paredes
hasta convertirlas en polvo. Fue porque ella
temía por sus acuarelas que una
madrugada, cuando me dormí, con las tijeras más afiladas, me cortó la pelambre.
Más tarde, extrañaba el olor a humedad que desprendía la melena en otoño y se
apenó. Juré que iba a crecer de nuevo, poderosa, pero eso no sucedió y como
consuelo me obsequió un sombrero que
ocultara las cicatrices del pasado
bestial
Martes 10
de febrero
Las
olas me elevaban al cielo, luego se aplacaron y, por lo bajo, tarareaban con voz
ronca.
Al
principio a ella no le gustaba el tango,
se ponía a llorar contemplando la muñeca milonguera y bullanguera en las
vidrieras de las noches con niebla y
cuando pasaba por los zaguanes sombríos intentaba rescatar de la
inevitable melancolía a los reos meditabundos y a los amantes hijos
arrepentidos.
Más tarde
comprendió que era el único alias
posible para ciertas esquinas y
que lo quejumbroso era sólo un disfraz que ocultaba la desmesurada alegría de poder nombrarse.
Viernes 20
de febrero
Nuevamente
he visto el sol. Las nubes velaban las estrellas y no podía medir el transcurso del tiempo. En
señal de duelo decidí no dejar registro de mis novedades de viaje.
Me quité el
abrigo empapado y lo extendí para que se
alimentara de aire salobre. Me eché desnudo sobre el colchón. Si no
estuviera rodeado de mar
podría cosechar repollos,
pimientos, remolachas , brócolis
que crujirían entre los dientes.
Miércoles
25 de febrero
Fue
necesario decidir si me encaminaba hacia el sur o seguía rumbo al oeste y he
elegido no extraviarme.
Nunca me
gustaron las encrucijadas, son falsas, tiranas, categóricas. No era justo que
me obligaran a optar entre Circe y
Penélope, necesitaba a las dos. Esperaba
que ella me convirtiera en ovillo o que tejiera con mi piel de chancho una
manta para las noches de invierno. Tal vez por este motivo partió y me suplicó que no la siguiera, se
cansó de ser innumerable y singular.
Viernes 27
de febrero
“Mi nombre
es Augusto Octavio I y no estoy a la
deriva, estoy viviendo”. Escribí en una de las hojas de colores que reservaba
para los poemas y lo até en la pata de la gaviota que a veces
bajaba hasta mi embarcación.
Espero que
nadie encuentre mi mensaje, odiaría que se cerrara el círculo de la comunicación
de una manera ligera, que algún receptor arbitrario se atribuyera la libertad
de decidir si digo la verdad o finjo.
Martes 2 de
marzo
Durante
horas y horas ha caído una fina llovizna, por primera vez desde mi partida,
pensé en la muerte. Por un instante he
anhelado que alguien lea esta crónica y
luego se instale en una plaza a contarle
a los peatones que deseo que el mundo
siga a flote aun cuando yo ya no
esté a bordo.
Jueves 4 de
marzo
He dejado
un rastro para poder regresar. Hasta ahora era un secreto, no quería que nadie sospechara falta de osadía pero la
sal ha corroído la máscara. Usé un truco
trivial: un cordel tendido entre mis desordenadas rutinas y la nave, allí cuelgo los atisbos de miedo. Presiento que cuando alcance la meta
necesitaré de la asistencia de los
espectros que habitan el lado oscuro de las palabras.
Viernes 5
de marzo
Fue
inesperado, encontré otro navegante, nos
abrazamos, intercambiamos presentes:
le entregué el abrigo y el
sombrero por un coral fluorescente. No le pregunté a dónde se dirigía pero me habló del tedio de la
inmortalidad y me instó a dar gracias
por la finitud de mis días. Le
revelé que estaba enamorado, se
arrodilló y me besó las grietas de los pies.
Cuando se
alejaba gritó algo así como – soy Catón o Jalón o Latón , después nos vemos –
pero el viento intrincó su última confidencia.
Domingo 7
de marzo
Anoche
el mar estaba tranquilo, poblado de aromas inéditos. Al amanecer he visto
flotar las cintas que solía usar
Alita para sujetarse las trenzas,
la espuma arrastraba semillas de uva y
ramitas de albahaca.
Erguido
sobre la embarcación, he dado la voz de
encuentro.
Creo que mi
periplo ha terminado.
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