ADVERTENCIA AL ALMIRANTE

El agotamiento hacía estragos en su visión, le resultaba muy  difícil dejar constancia de las novedades de viaje  a la luz de la vela, al compás  del traqueteo  y con escaso alimento. Cada vez que retornaba de un viaje se proponía  no embarcar más pero  entonces era tentado por algún imperioso derrotero y zarpaba. El mar clama, pensó,  mientras anotaba, en la soledad de su camarote, que en las últimas horas  habían recorrido  cuarenta leguas, cuando en realidad eran muchas más.
El día anterior, los marineros habían mostrado  síntomas de impaciencia. Enfermos, con la moral agrietada, hastiados de comer el residuo seco  de los víveres que despreciaban  las ratas. No era una tripulación ejemplar  pero  en los momentos críticos siempre el ave y la rama de olivo  los rescataban del desaliento. Pájaros de río, de tierra firme que sobrevolaban las naves portadores de buenos anuncios. Y si no llegaban,  los creaba, para eso era semejante a  Dios.
¿Manejaba los hilos de su   destino legendario? Sus huesos sedientos ansiaban el refugio final de la profundidad acuosa,  única patria. Intuía que algunos nacían varias veces o nunca y  otros estaban señalados para  la fatiga y el desconcierto de los mundos  exóticos, como Marco Polo, como Moisés. Había partido  cuando el sol abrasaba el puerto y ya sumaban cincuenta  los días de persecución de  la ruta de la estrella. “Entonces la semilla será fecundada y  aparecerá   la isla, entre tormentas y huracanes” decía la inscripción en el margen del mapa que lo orientaba.

Cuando hizo un alto en el trabajo de registro, aproveché  su  descanso y, creyendo que  podría desorientar a la fatalidad histórica,  le dije- Almirante, gire sus  naves ciento ochenta  grados, partidarios y disidentes  enjuiciarán   sus motivaciones para  atravesar el océano, tras su huella llegarán otros con  más devastación en el equipaje.-  No sé si  escuchó mi exhortación (después de todo,  quién era yo para darle consejos, sólo un oscuro narrador que había naufragado en las palabras)  Dejó a un costado la pluma y murmuró:- el mar es un lobo hambriento-  y agregó, fascinado por  la lengua  que tanto lo había ayudado en el desciframiento de sus recorridos   (la lengua que nunca había logrado conquistar)  -:Mors est insatiabilis lupus.

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