Desde que lo amaba, yo veía el mundo a través de los ojos miopes de
Martín. La vi como él la vio, brumosa, fuera de foco. Cuando se aproximaba, era un
borrón que avanzaba o se quedaba
rezagado. Después vi su perfil nítido,
preciso, mientras frotaba las flores
amarillas de la pollera y sus piernas
largas y doradas contra las piernas de Martín. Y comprendí que esa escena me
excluía y me devolvía la buena visión.
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